Sus rostros son evidencias tangibles de la modestia enaltecedora de cada acción que protagonizan, mientras sus miradas esconden la estirpe de hombres educados en el sagrado término de las misiones encomendadas. No son superhéroes, son mortales y humanos convencidos de que el cumplimiento del deber es una cuestión de honor, por eso se fueron allende las carreteras cubanas con la mira puesta en el occidente y el morral cargado de buenas vibras al encuentro de quienes necesitaron de sus modestos y sinceros aportes.
Salieron seguros del destino final de su aventura solidaria, no imaginaban la fecha del retorno. Sabían que resultaría alentador dar la mano a quienes la necesitaban. No era la primera vez. En los bultos lo imprescindible para la vida en campaña. Los añejos equipos se retorcían en las también añejas y maltrechas carreteras. Cada kilómetro transitado quedaba signado por alguna que otra peripecia.
Ya en la gran urbe los destrozos ocasionados por el meteoro con nombre de mujer, pasaban ante sus atónitas miradas como secuencias salidas del séptimo arte. Sin apenas reponerse del largo camino, casi 600 kilómetros recorridos, de las incomodidades de un viaje lento, iniciaron sus faenas para devolver la belleza a la ciudad idolatrada para unos y desconocida para otros.
Así pudiera cronicarse la misión cumplida por trabajadores del sector azucarero de esta localidad tras el paso del huracán Irma y ante la urgencia de recuperar la vitalidad en la capital de todos los cubanos.